miércoles, 29 de agosto de 2007

PRÓLOGO


Una vez más, el negro mar teñido por la noche más cerrada de ese fatídico día de principios de Junio del 1778, era el escenario perfecto y mudo testigo de un accidente que presume, lamentablemente, de tener precedentes.

En lo alto, una luna llena haría temblar hasta el mismísimo faro de Alejandría; en lo bajo, el mar y su espuma.

En un punto perdido del océano Atlántico en dirección a los puertos británicos de gran fama, una melodía se escuchaba emerger y elevarse de una sucia carraca.

La noche era muy oscura y apenas soplaba algo de brisa veraniega anunciando el calor que azotaría en apenas unas jornadas o, con suerte, unas semanas.

El marinero cumplía su tercera hora de vigilancia y tocaba una flauta que le había confiado un contramaestre amigo suyo.

El barco crujía y bailaba lentamente con la marea al son de la dulce melodía.

A la vez que tocaba el dorado instrumento, el marinero miraba de reojo la astillada cubierta que mañana tendría que lijar y pulir con piedras benditas. A la vez que su corazón suspiraba viejo y agotado por el terrible trabajo y el hambre, su melodía seguía elevándose con fuerza sobre el velamen.

El mar, la noche y su negrura solo interrumpida por algún faro de esta pobre embarcación.

Por más que otearas el horizonte, nunca adivinarías dónde empieza el mar y dónde termina el cielo. Como perdida en un vacío mar de nada, seguía el viejo barco pesquero la ruta dirección al puerto de Porstmouth donde presentar y vender la fabulosa pesca que acababa de recoger era, en ese momento, lo más importante. Una pesca muy especial que significaría una noticia increíble para toda Inglaterra pero, que a su vez, significaría un mal augurio para el afortunado pescador.

Cuarta y última hora del turno de vigilancia de este poeta, marinero y desdichado hombre. Ya iba a empezar a recoger sus cosas y su hamaca perfectamente enrollada de la red situada en el castillo de popa cuando, al mirar atrás, vio unas antorchas verdes que les perseguían como si el cielo o el mar pudiera ver a través de semejantes ojos. Al marinero se le heló la sangre de tal manera que la flauta, no solo cayó al suelo, sino que rodó escalones abajo hasta perderse por el alcazar.

El deshecho y anciano marinero no tenía ni aliento en los pulmones ni sangre en las venas. Como si estuviera congelado por puro horror. Las dos luces incandescentes y verdes se les echaba encima. Pero para cuando reunió el valor suficiente, ya era demasiado tarde.

Dos ganchos atados a unas sogas semejantes a las sogas que ataban las anclas, de unos cinco o seis centímetros de anchura, parecieron salir de debajo de las antorchas para quedarse clavadas y con la soga firme y rígida en cada uno de los extremos del pequeño castillo de popa. Acto seguido, un ruido cada vez más cercano provenía de estas sogas hasta que, finalmente, empezó a distinguir siluetas de personas que, con ayuda de unos ganchos de hierro, se deslizaban por las sogas hasta caer dentro del barco. Era un silencioso abordaje en toda regla.

Un grupo de hombres y dos mujeres pasaron junto a este marinero que aún no se creía lo que estaba sucediendo y le saludaban muy amablemente, con amplias sonrisas y con alguna que otra reverencia mientras ocupaban cada uno un lugar en la cubierta del barco.

En último lugar, llegó un hombre grande, con grandes hombros, una hermosa y cuidada barba rubia, ojos verdes y dientes impolutos. Llevaba un sombrero grande a juego con una especie de chaqueta o casaca negra adornada con una bonita espada que parecía ser de oficial en un costado.

Al llegar y ver al marinero que estaba con los ojos abiertos de par en par le dijo sonriendo de un lado:

- ¿Y bien, amigo? ¿Qué más necesita vuestra merced para dar la alarma?

- Ya de poco serviría, señor mío.- tomó aire y prosiguió.- si queréis matadme, hacedlo de una vez.

Tras examinarlo de arriba abajo, el caballero soltó una carcajada amistosa para luego proseguir:

- ¡No queremos matar a nadie, marinero! Solo buscamos a uno de vuestros compañeros. Al que ha conseguido hoy tan importante ejemplar de la fauna marina. Queremos verle antes de que lleguéis a Porstmouth.

- ¿A Mathew Fisher? ¿Para qué lo queréis?.- Al mismo tiempo que el marinero preguntaba, el caballero le hizo una señal con la cabeza a una de las jóvenes que llegaron con él y, tras haber contestado a este gesto asintiendo, la muchacha se adentró con varios hombres en las entrañas del barco. Mientras tanto, el marinero continuaba.- Fisher es un hombre honrado. No puedo imaginar qué podéis desear de él. Es muy humilde, en todos los aspectos, y no tiene nada de valor que pueda interesarle.

En ese momento se escucharon los gritos de toda la tripulación que trataba de descansar de la dura jornada de trabajo. Poco a poco empezaron a salir y a ocupar toda la cubierta obligados a sentarse en el suelo.

- Ahí se equivoca, amigo mío.- le dijo al viejo marinero mientras se acercaba al resto de la tripulación.- ¡Buenas noches caballeros! Soy el Capitán Murdok…

- El Capitán “Mala Sombra”- gritó uno de los marineros que permanecían sentados en contra de su voluntad.

El capitán, algo ofendido tanto por el epíteto como por la interrupción le preguntó a este marinero:

- Disculpe seño. ¿Podría decirme su nombre ya que usted, parece ser, conoce tan bien el mío?

- Soy el capitán de este barco. Me llamo Christian Moore.

- Oh. Encantado de haberle conocido, señor Moore.- dijo haciendo una reverencia y quitándose el sombrero de pirata enseñando, así, una brillante calva acompañada de una cuidada melena rubia que nacía en la parte trasera de la cabeza.

Al terminar la reverencia, dos de los hombres del capitán Murdok cogieron al señor Moore y lo lanzaron por la borda. Todos callaron mientras escuchaban al señor Moore gritar y golpear el casco con la cabeza hasta que perdiera la conciencia o el agua del mar inundara sus pulmones. Mientras todo esto sucedía, el capitán Murdock seguía hablando sin prestarle mucha atención:

- Por favor, no me interrumpáis. Me pongo muy… nervioso. Gracias. ¿Puede ponerse en pie el verdadero capitán de esta nave, por favor?

Tras un silencio incómodo un joven apuesto y de mirada seria y profunda se puso en pie.

- Yo soy el capitán del barco. Me llamo Oliver Guillel.

- Mucho gusto, señor capitán. Por favor, acérquese.

El joven Oliver cruzó casi todo el largo del barco hasta ponerse frente al capitán “Mala Sombra”.

- Póngase a mi lado.- le invitó cortésmente mientras otro de sus hombres se llevaba al vigía poeta con el resto de la tripulación.- Estamos buscando a Mathew Fisher.

Otro silencio inundó la nave. Antes de que se prolongara más de lo necesario, el capitán pirata volvió a insistir:

- Por favor. ¿Puede el señor Mather Fisher ponerse en pie? No nos obliguéis a privaros de tan buen capitán.- dijo Murdok posando una de sus pesadas manos sobre el hombro de Oliver. Eso fue más de lo que Oliver necesitó para colaborar:

- Es ese hombre de ahí. Decidme ¿Para qué lo queréis?

Dos hombres del capitán llevaron a Fisher al lugar donde se encontraban Murdok y Oliver, en el castillo de popa.

- Oh. Solo felicitarle por su tremenda pesca de hoy.

- Mu… muchas gracias- tartamudeaba de miedo el señor Mathew.- Pe… pero en verdad… he tenido mucha suerte… No suelo pescar a menudo.

- Cállate animal.- le aconsejó Oliver lo cual hizo que una amplia sonrisa brotara en el rostro del capitán “Mala Sombra.

- ¿Por qué? Déjele que hable. La modestia es algo muy humilde, señor Oliver, capitán. No le prive de eso. Mas creo, que en este caso, no se trata de falsa modestia. ¿Verdad, señor Fisher?

El señor Fisher no comprendía qué estaba pasando.

- Hoy ha sido su día de suerte.- al capitán Murdok se le borró la sonrisa de la cara mientras sacaba lentamente su espada de la vaina y los dos hombres que escoltaban al señor Mathew Fisher le agarraron con fuerza. Del puño de la espada salía una especie de cuchara con los bordes afilados como si del borde de un cuchillo se tratara y lo acercó a la cara del pobre marinero.- ¿Me equivoco?

- No…- susurró Mathew con un hilo de voz solo perceptible por los dos capitanes que estaban frente a él y los dos piratas que le sujetaban tras él.

El capitán Oliver cerró con fuerza ojos y dientes a la vez que apartaba hacia un lado la cabeza adivinando lo que estaba apunto de ocurrir.

Mientras que el capitán Murdok, volvió a sonreir:

- Me lo imaginaba.

El mar estaba negro. Y no soplaba apenas brisa. No sabías dónde terminaba el mar y dónde comenzaba el cielo. Arriba, la Luna; abajo, la sal, pero en lugar de una dulce melodía proveniente de la flauta de algún marinero soñador, se escuchaban los terribles gritos de un marinero que yacía pataleando en la cubierta de un barco, su barco. Con las manos pegadas a la cara, llorando, gritando y, desde ese momento hasta el fin de sus días, tuerto. Había sido su día de suerte, pero ya había caído la noche y con ella, su negrura.

1 comentario:

Tenar dijo...

De los tres escritos que he leido, este es el que me gusta mas. Eso debe ser porqué me encantan las historias donde salen piratas.
También me gusta mucho la primera historia y siento curiosidad por leer su continuación.

Escribes muy bien, a ver cuando puedo comprar tu primer libro. ;)

Tenar

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Me gusta mucho reír y estar en buena compañía, claro... ¿Y a quién no? Estoy constantemente haciendo cambios sobre todo en mi aspecto, pues me aburro de lo monótono y cotidiano. Me encanta que me sorprendan.